La intermitencia de la revuelta: «Estallido en los andes», de Anahí Durand

Por: Martín Córdova

La movilización social de finales del 2022 e inicios del 2023 contra el régimen de la entonces recién presidenta Dina Boluarte y la toma del poder del Ejecutivo por parte de los grupos políticos de la derecha, constituye un punto crucial en la historia peruana de las últimas décadas, no solo por la violencia y barbarie que dispuso el orden establecido para sobrevivir a toda costa, sino también por el acontecimiento mismo de la revuelta. En un país acostumbrado a vivir de espaldas a la política, de pronto asistimos a una activación de un sector importante de la población en materia política, cuya agenda comprometió la forma misma del ejercicio del poder político.

«Estallido en los andes: movilización popular y crisis política en el Perú» (La Siniestra Ensayos, 2023) de Anahí Durand, se concentra precisamente en ofrecer tanto una mirada a detalle de la gesta, organización, despliegue y balance final de la protesta, como también una reflexión teórica de conjunto, reflexión que nos lleva a situar las causas del estallido dentro de un esquema estructural de dominación que puede remontarse hasta la fundación misma de nuestra República. Sobre el primer punto, el libro recoge y ofrece testimonios orales de los protagonistas de la movilización, actores políticos de a pie que estuvieron dentro de la corriente que haría erupción desde aquel 7 de diciembre del 2022. Esto es importante resaltarlo, pues la interpretación del fenómeno social y político que finalmente elabora Durand busca asentarse sobre la perspectiva de aquellos que pusieron demasiado en juego para que su voz sea escuchada.

Sobre el segundo punto, cabe detenerse un poco más. Porque no es solo reconocimiento a lo que aspiraron finalmente los movilizados. Se trató de algo más, de una cuestión de fondo, de las bases mismas sobre las que se sostiene nuestro aparato gubernamental. Si Durand dedica el primer capítulo a una revisión de las condiciones de producción de las desigualdades en nuestro país desde hace doscientos años, es precisamente porque lo que aquella revuelta buscó fue apuntar a un dislocamiento del orden mismo a partir del cual el poder se ejerce. No ya, o no solo, hacer acto de presencia frente al poder, sino amenazarlo y luchar por la posibilidad de un orden nuevo. No tanto la propuesta de una alternativa definida, sino más bien insistir con demasiada voluntad por el derecho de elegir entre todas y todos qué país realmente queremos.

Durand muestra lo aquí comentado a partir del tránsito de la conflictividad social hacia el antagonismo político. Mientras que en la primera esfera las demandas sociales, para usar un lenguaje deudor de Ernesto Laclau, son específicas y son planteadas para aspirar a una transformación regional (temas medioambientales, protesta frente a una precarización creciente, etc.), en el caso del antagonismo, las luchas se unifican para disputar la hegemonía de un sistema de dominación, delimitando para ello una frontera clara entre un «nosotros» y un «ellos». Visto de otro modo, es cierto que estas esferas no resultan tan diferentes, ya que de todos modos se mueven dentro de las relaciones de poder, pero lo que resulta propio del antagonismo, además de la construcción de una división radical en lo social, es el hecho de que un gobierno determinado y el capital simbólico que maneja (es decir, autoproclamarse voz universal y representante directo del pueblo) son puestos bajo un profundo cuestionamiento, con miras a que el pueblo, o también denominado poder constituyente, ejerza su derecho plenamente democrático a decidir bajo qué parámetros acepta ser gobernado.

Este es un punto teórico importante propuesto por Durand, pues pone énfasis en la especificidad de la movilización. Además, sirve de perfecto argumento para combatir los prejuicios lanzados por la derecha y extrema derecha (y las voces que replicaban sus discursos en la sociedad civil). Ellos exclamaron que la protesta tuvo tintes comunistas, terroristas, entre otros tantos adjetivos. Pero, hay que insistir, lo que la movilización puso en escena no fue una propuesta de Constitución en particular, ni la imposición de un régimen definido (la defensa de Pedro Castillo concernía más al proceso por el cual fue vacado y puesto en prisión). Al contrario, la consigna de una Asamblea Constituyente es una apuesta radicalmente democrática, ya que abre la posibilidad de decidir y diseñar un orden más igualitario y justo. En síntesis, la movilización hizo irrumpir en una sociedad centralista y clasista la alternativa de ser libres para decidir qué tipo de Estado y país queremos, en oposición a la larga tradición de vivir bajo las sombras de lo que unos cuántos deciden.

Pero, aparte de lo hasta aquí mencionado, el libro de Anahí Durand también nos ofrece páginas dedicadas a la evaluación de los alcances de la protesta y la organización que la hizo posible. Porque no fue un puro movimiento espontáneo (o, como se intentó presentar por otros lados de forma inexacta, una «multitud»), ni tampoco se ausentaron elementos de articulación y vinculación profundos, al contrario, en varias partes del libro se subraya la importancia de elementos culturales y ancestrales que jugaron un rol decisivo en la conformación del movimiento. Para una política capitalina totalmente llena de espectáculo y marketing, la irrupción de otra forma de practicar la política, basada más en modos de vida, en lo que podríamos llamar ciertamente un éthos de resistencia, no habría de causar sino desconcierto y tergiversación. Con todo, el texto finaliza con una reflexión transparente sobre lo que todavía falta por hacer para que los reclamos justos de un sector de la población puedan tener una mayor eficacia al momento de plantear sus demandas. No basta quedarse en el optimismo del acontecimiento, sino que de lo que se trata también es de proyectar y presentar alternativas programáticas para un nuevo país.

Alberto Flores Galindo escribió que, en el Perú, la idea de Nación parece haberse construido en el imaginario social no tanto desde arriba hacia abajo, desde el Estado hacia las masas, sino más bien en las diversas luchas que de forma intermitente y eventual suceden en nuestro país. Resulta hasta ciertamente contradictorio pensar que una idea concerniente a la totalidad, nuestra totalidad como país, tiene más bien sus orígenes en luchas particulares y específicas. La movilización de fines de noviembre del 2022 incide, aunque no queramos, en este punto: la posibilidad de una democracia radical, de una verdadera ciudadanía para todas y todos, fue defendida por unos cuantos. No queda sino aprender las lecciones del pasado para una nueva oportunidad en el futuro, tarea a la que sin duda contribuye el texto aquí brevemente reseñado.

Imagen | crisisgroup.org

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